Paz de Cristo

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Lo Que Creemos

La Palabra de Dios

 “Edificados  sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal  piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Efesios 2:20). La Asamblea  Apostólica desde sus inicios ha creído que “nuestro credo y disciplina,  dirección, orden y doctrina están en la Palabra de Dios”. Creemos que la  Palabra de Dios, la Biblia, es divinamente inspirada (2 Timoteo 3:16; 2  Pedro 1:20-21), perfecta (Salmo 19:7), y que es nuestra máxima y última  autoridad (Mateo 24). :35; Salmo 119:89; Romanos 3:4).
 

Creemos que las sagradas escrituras, los 66 libros, desde Génesis hasta  Apocalipsis, son el canon completo. Creemos que Dios preserva su Palabra  a través de los siglos para la salvación y edificación de Su iglesia en  todo el mundo. “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras  en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos últimos días nos  ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, por quien  asimismo hizo el universo. (Hebreos 1:1-2). 

La Iglesia

 Creemos que  la Iglesia de nuestro Señor Jesucristo es una, universal e indivisible,  formada por todos los hombres, sin distinción de nacionalidad, idioma,  color o costumbres, que hayan aceptado a nuestro Señor Jesucristo como  su Salvador y hayan sido bautizados en el cuerpo por el Espíritu Santo  (1 Corintios 12:13). Los vínculos que unen a los miembros de la Iglesia  son el amor y la fe común y su estandarte o bandera es el Nombre de  Jesucristo, ante cuyo emblema marcha gallardamente la Iglesia, imponente  como ejércitos en orden (Cantares 6:10). 

Hay Un Solo Dios

 

Creemos  que hay un sólo Dios que se ha manifestado al mundo en distintas formas  a través de las edades y que especialmente se ha revelado como Padre en  la Creación del Universo, como Hijo en la Redención de la humanidad, y  como Espíritu Santo derramándose en los corazones de los creyentes.

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Este  Dios es el Creador de todo lo que existe, sea visible o invisible. Es  eterno, Infinito en poder, Santo en su naturaleza, atributos y  propósitos. El posee una Divinidad absoluta e indivisible; es Infinito  en su Inmensidad, Inconcebible en su modo de ser e Indescriptible en su  Esencia; conocido completamente sólo por sí mismo, porque una mente  infinita solo se puede comprender por sí misma. No tiene cuerpo ni  partes y por tanto está libre de todas las limitaciones.

El  primer mandamiento de todos es: “Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el  Señor uno es” (Marcos 12:29; Deuteronomio 6:4). “Para nosotros, sin  embargo, sólo hay un Dios…” (1 Corintios 8:6).

Jesus Cristo

 

Creemos  que Jesucristo nació milagrosamente del vientre de la virgen María, por  obra del Espíritu Santo y que al mismo tiempo es el único y verdadero  Dios (Romanos 9:5; 1 Juan 5:20). El mismo Dios del Antiguo Testamento  tomó forma humana (Isaías 60:1-3). “Y aquel Verbo fue hecho carne, y  habitó entre nosotros…” (Juan 1:14). “E indiscutiblemente, grande es el  misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el  Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el  mundo, recibido arriba en gloria” (1 Timoteo 3:16).

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Creemos  que en Jesucristo se mezclaron en una forma perfecta e incomprensible  los atributos divinos y la naturaleza humana. Se llama el Hijo del  Hombre porque El nació de la Virgen María en cuyo vientre tomó forma de  hombre, y adquirió así su naturaleza humana. Se llama el Hijo de Dios  porque fue engendrado del Espíritu Santo y participó así de la  naturaleza divina. Él era humano a través de María, en cuyo vientre tomó  la forma de hombre. Él es divino por medio del Espíritu Santo quien  engendró a María. Así, se llama el Hijo de Dios e Hijo del Hombre. Por  tanto creemos que Jesucristo es Dios “Porque en él habita corporalmente  toda la plenitud de la Deidad”, (Colosenses 2:9). Y creemos que la  Biblia da a conocer todos sus atributos. Es Padre Eterno, a la vez es un  niño que nos es nacido (Isaías 9:6). Es Creador de todo (Colosenses 1:  16, 17; Isaías 45:18). Es Omnipresente (Juan 3:13; Deuteronomio 4:39).  Hacía maravillas como Dios Todopoderoso (Lucas 5:24-26; Salmos 86:10).  Tiene potestad sobre el mar (Marcos 4:37-39; Salmos 107:29,30). Es el  mismo siempre (Hebreos 13:8; Salmos 102:27).

El Espíritu Santo

 

Creemos  en el bautismo del Espíritu Santo, prometido por Dios en el Antiguo  Testamento y derramado después de la glorificación del Señor Jesucristo,  que es quien lo envía (Joel 2:28,29; Juan 7:37-39; 14:16-26; Hechos  2:1-4,16-18).

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Creemos,  además que la demostración de que una persona ha sido bautizada con el  Espíritu Santo, son las nuevas lenguas o idiomas en que el creyente  puede hablar y que ésta señal es también para nuestro tiempo.

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Creemos  también que el Espíritu Santo es potencia que permite testificar de  Cristo (Hechos 1:8) y que sirve para la formación de un carácter  cristiano más agradable a Dios (Gálatas 5:22-25). El mismo Espíritu da  dones a los hombres, que sirven para la edificación de la Iglesia  (Romanos 12:6-8; 1 Corintios 12:1-12; Efesios 4:7-13). No aceptamos que  haya en ningún hombre la facultad de impartir a otro algún don, pues  “todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada  uno en particular como él quiere.” (1 Corintios 12:11). “Pero a cada uno  de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo”  (Efesios 4:7).

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Todos  los miembros de la Asamblea Apostólica de la Fe en Cristo Jesús deben  buscar el Espíritu Santo y tratar de vivir constantemente en el  Espíritu, como lo recomienda Romanos 8:5-16; Efesios 5:18; Colosenses  3:5.

El Bautismo en Agua

 Creemos en el bautismo en agua, por inmersión y en el Nombre de  Jesucristo, el cual debe ser administrado por un ministro ordenado. El  bautismo debe ser por inmersión, porque sólo así representa la muerte  del hombre al pecado, que debe ser semejante a la muerte de Cristo  (Romanos 6:1-5). Y en el Nombre de Jesucristo, porque ésta es la forma  en que los apóstoles y ministros bautizaron en la edad primitiva de la  Iglesia, según lo prueban las Sagradas Escrituras (Hechos 2:38; 8:16;  10:48; 19:6; 22:16). 

La Cena del Señor

 

Creemos  en la práctica literal de la Cena del Señor que él mismo instituyó  (Mateo 26:26-29; Marcos 14:22-25; Lucas 22:15-20; 1 Corintios 11:23-26).  En esta ordenanza se debe usar pan sin levadura, que representa el  cuerpo sin pecado de nuestro Señor Jesucristo, y vino sin fermentar, que  representa la Sangre de Cristo, que consumó nuestra redención. El  objeto de esta ceremonia es conmemorar la muerte de nuestro Señor  Jesucristo y anunciar el día en que regresará al mundo y al mismo tiempo  para dar testimonio de la comunión que existe entre los creyentes.  Ninguna persona debe participar de este acto si no es miembro fiel de la  Iglesia y está en plena comunión, pues al hacerlo sin cumplir estas  condiciones, no podrá discernir el cuerpo del Señor (1 Corintios  10:15-17; 11:27,28; 2 Corintios 13:5).

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El  Señor, al terminar de tomar una cena con sus apóstoles celebró un acto  que de momento los maravilló y que fue el lavatorio de pies. Al terminar  este acto, el Maestro explicó a sus discípulos el significado de él, y  les recomendó que se lavasen los pies los unos a los otros. La Iglesia  practica este acto en combinación con la Cena del Señor o  indistintamente como un acto de humildad y confraternidad cristiana (1  Timoteo 5:10).

La Resurrección de Jesucristo

 

Creemos  que habrá una resurrección literal de los muertos en el Señor, en la  cual serán cubiertos con un cuerpo glorificado y espiritual, con el cual  vivirán para siempre en la presencia del Señor (Juan 5:29; Hechos 24:  15; 1 Tesalonicenses 4:16; Job 19:25-27; Salmos 17:15; 1 Corintios  15:35-54). Los cristianos que estén en pie, en el momento en que el  Señor recoja a su Iglesia serán igualmente transformados y así irán a  estar con el Señor para siempre en gloria (1 Tesalonicenses 4:18; 1  Corintios 15: 51,52).

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Creemos  también que habrá resurrección de injustos pero estos despertarán del  sueño de la tumba sólo para ser juzgados y oír la dura sentencia que los  hará herederos del fuego eterno (Mateo 25:26; Juan 5:29; Apocalipsis  20:12-15; Marcos 9:44; Daniel 12:2).

La Resurreccion de Justos E Injustos

 

 Creemos que habrá una resurrección literal de los muertos en el Señor,  en la cual serán cubiertos con un cuerpo glorificado y espiritual, con  el cual vivirán para siempre en la presencia del Señor (Juan 5:29;  Hechos 24: 15; 1 Tesalonicenses 4:16; Job 19:25-27; Salmos 17:15; 1  Corintios 15:35-54). Los cristianos que estén en pie, en el momento en  que el Señor recoja a su Iglesia serán igualmente transformados y así  irán a estar con el Señor para siempre en gloria (1 Tesalonicenses 4:18;  1 Corintios 15: 51,52).

Creemos también que habrá resurrección de injustos pero estos  despertarán del sueño de la tumba sólo para ser juzgados y oír la dura  sentencia que los hará herederos del fuego eterno (Mateo 25:26; Juan  5:29; Apocalipsis 20:12-15; Marcos 9:44; Daniel 12:2).

El Recogimiento de la Iglesia y el Milenio

 Creemos que la Iglesia, compuesta por los muertos en el Señor y los  fieles que estén sobre la tierra en el momento del Rapto, será levantada  para ir a encontrar a su Señor en los aires y participar en las Bodas  del Cordero. Después vendrá con el Señor a la tierra para hacer el  juicio de las naciones y reinar con Cristo mil años. Este período será  precedido por la Gran Tribulación y la batalla del Armagedón, a la cual  dará fin el Señor cuando descienda sobre el Monte de los Olivos con  todos sus santos (1 Tesalonicenses 4:13-17; 1 Corintios 15:51-54;  Filipenses 3:20,21; Isaías 65:17-25; Daniel 7:27; Miqueas 4:1-3;  Zacarías 14:1-16; Mateo 5:5; Romanos 11:25- 27; Apocalipsis 20:1-5). 

El Juicio Final

 

Creemos  que hay un juicio preparado en el cual participarán todos los hombres  que hayan muerto sin Cristo y los que estén sobre la tierra en el tiempo  de su verificación. Este juicio se efectuará al final del milenio y  también se conoce con el nombre de Juicio del Trono Blanco. La Iglesia  no será juzgada en esta ocasión, sino que ella misma intervendrá en el  juicio que se haga a todos los hombres de acuerdo con lo que está  escrito en los libros que Dios tiene preparados.

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Al  terminarse este juicio, los cielos y la tierra que hoy existen serán  renovados por fuego y los fieles habitarán en la Nueva Jerusalén. La  dispensación cristiana habrá terminado y entonces Dios volverá a ser  todas las cosas en todos (Daniel 7:8-10, 14, 18; 1 Corintios 6:2,3;  Romanos 2; 16; 14; 1 Corintios 5:10; Apocalipsis 20:5-15; 21:1-6).

La Sanidad Divina

 

Creemos  que Dios tiene poder para sanar todas nuestras dolencias físicas, si  así es su voluntad y que la Sanidad Divina es un resultado del  sacrificio de Cristo; pues El llevó nuestras enfermedades y sufrió  nuestros dolores (Isaías 53:4). La sanidad del cuerpo se efectúa por una  combinación de la fe del creyente y del poder del Nombre de Jesucristo  que se invoca sobre el enfermo. El Señor Jesucristo prometió que los que  creyeran en su Nombre pondrían las manos sobre los enfermos y estos  sanarían (Marcos 16:18). Los enfermos deben ser ungidos con aceite en el  Nombre de Jesucristo por ministros ordenados para que el Señor cumpla  sus promesas (Juan 14:13; Salmos 103:1- 4; Lucas 9:1-3; 1 Corintios  12:9; Santiago 5:14-16).

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Creemos  que la Sanidad Divina se obtiene por la fe y que en caso de que algún  hermano tenga necesidad de someterse a los cuidados y ministraciones de  la ciencia médica, los demás no deben criticarlo, sino considerarse a sí  mismos y guardarse de encontrar condenación con lo que ellos mismos  aprueban (Romanos 14:22). Recomendamos que los miembros y ministros de  nuestra Iglesia se abstengan de lanzar críticas indebidas a la ciencia  médica, cuyos adelantos nadie puede negar y que se originan en la  habilidad que Dios ha dado a los hombres para ir descubriendo los  secretos del funcionamiento del organismo humano. Al mismo tiempo, los  exhortamos a que no se opongan a las campañas de higiene, vacunación y  limpieza que sean iniciadas por el gobierno, sino que, por lo contrario,  colaboren decididamente en los lugares donde sea posible.

La Santidad

 Creemos que todos los miembros del cuerpo de Cristo deben ser santos, es  decir, apartados de todo pecado y consagrados al servicio de Dios. Por  esta razón deben abstenerse de toda clase de prácticas, diversiones e  inmundicias de carne y de espíritu (Levítico 19:2; 2 Corintios 7:1;  Efesios 5:26,27; 1 Tesalonicenses 4:3,4; 2 Timoteo 2:21; Hebreos 12:14; 1  Pedro 1:16).

Sin embargo en la práctica de la santidad, creemos que debe evitarse  toda clase de extremismos, ascetismos y privaciones que tienen cierta  reputación de sabiduría, en culto voluntario y humildad y en duro trato  de la carne, la cual es sombra de lo por venir, mas el cuerpo es de  Cristo (Colosenses 2: 17,23). En lo que respecta a alimentos, sabiendo  que “todo lo que Dios creo es bueno, y nada es de desecharse, si se toma  con acción de gracias” (1 Timoteo 4:4).

Matrimonio

 

Creemos  que el matrimonio es sagrado, pues fue establecido desde el principio y  es honroso en todos (Génesis 2:21-24; Mateo 19:1-5; Hebreos 13:4). Los  matrimonios deben verificarse de acuerdo con las leyes de los países  respectivos y luego solemnizarse en la Iglesia según la práctica  aprobada. Las parejas que no hayan legalizado su unión y deseen  bautizarse, deben cumplir primeramente con los requisitos de las leyes  civiles.

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Creemos  que el matrimonio es una unión que debe perdurar mientras viven los dos  cónyuges. Al morir uno de ellos, el otro está libre para casarse y no  peca si lo hace en el Señor (Romanos 7:1-3; 1 Corintios 7:39).

Creemos  además, que los matrimonios deben verificarse exclusivamente entre  miembros fieles. Ningún ministro deberá casar a un miembro de la iglesia  con una persona inconversa. Los miembros que estando en plena comunión  se casaren con una persona inconversa, deberán ser juzgados por los  pastores.

El Estado y la Iglesia

 

Creemos  en la separación del Estado y la Iglesia y que ninguno debe intervenir  en los asuntos del otro, pues aquí se cumple el precepto bíblico de dar  lo que es de César a César y lo que es de Dios a Dios (Marcos 12:17).

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Los  cristianos deben tomar participación en actividades cívicas de acuerdo  con su capacidad e inclinaciones políticas, pero siempre reflejando sus  ideas personales y no las de la Iglesia. La Asamblea Apostólica siempre  es neutral y tiene cabida para los hombres de todos los credos  políticos. Al mismo tiempo, todos los cristianos, deben obedecer a las  autoridades civiles y todas las leyes y disposiciones que de ellas  emanen, siempre que no contradigan sus principios religiosos o los  obliguen a hacer cosas en contra de su conciencia (Romanos 13: 1- 7).

Servicio Militar

 

La  Asamblea Apostólica de la Fe en Cristo Jesús, reconoce al gobierno  humano como de ordenación Divina (Romanos 13: 1-2) y al hacerlo así,  exhorta a sus miembros a que afirmen su lealtad a su patria. Siendo  discípulos del Señor Jesucristo, es deber de todo cristiano obedecer sus  preceptos y mandamientos que enseñan como sigue: “No resistáis al que  es malo” (Mateo 5:39). “Seguid la paz con todos” (Hebreos 12:14).  También (Romanos 12:19; Mateo 26:52; Santiago 5:6; Apocalipsis  13:10).Por estas Escrituras, se cree y se interpreta que los seguidores  de nuestro Señor Jesucristo no deben destruir propiedades ajenas o  quitar vidas humanas.

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Se  considera un pecado, que después de haber recibido el conocimiento de la  verdad, haber sido hechos nuevas criaturas en Cristo Jesús, participar  en acciones o actos diferentes a aquellos recomendados por la Divina  Palabra de Dios (Hebreos 6:4-9; 10:26, 27).

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Par lo  tanto, se aconseja a todos los miembros que de acuerdo al dictamen de su  conciencia, sirvan libremente a su patria, en tiempo de paz o de  guerra, y prestar servicio, no importando cuán duro o peligroso sea en  todas las capacidades NO COMBATIENTES. La Doctrina enseña que se ore  porque tengamos siempre hombres de Dios como gobernantes y orar por  ellos para que tengan siempre la sabiduría Divina y para que como  nación, seamos guardados fuera de la guerra, con honor y vivir en paz  continuamente (1 Timoteo 2:1-3).

Pecado de Muerte

 Creemos, a la luz de la Palabra de Dios, que hay pecado de muerte y que  si este es cometido en los términos que expresa la misma Biblia, se  pierde el derecho a la salvación (Mateo 12:31,32; Romanos 6:23; Hebreos  10:20, 27; 1 Juan 5:16,17). Por tanto, recomendamos que todos los fieles  se abstengan de dar oído a doctrinas en que se promete seguridad eterna  al cristiano sin importar su conducta, y la idea de que “una vez salvo,  siempre salvo,” pues la Biblia enseña que es posible ser reprobado y se  necesita permanecer fiel hasta el fin (Romanos 2:6-10; 1 Corintios  9:26,27). 

Sistema Económico de la Iglesia

 

Creemos  que el sistema que la Biblia enseña para la obtención de fondos  necesarios para el cumplimiento de la obra es el de diezmos y ofrendas y  que debe ser practicado por ministros y creyentes igualmente (Génesis  28:22; Malaquías 3:10; Mateo 23:23; Lucas 6:38; Hechos 11:27,30; 1  Corintios 9:3-14; 16:1,2; 2 Corintios 8:1-16; 9:6-12; 11:7-9; 1 Timoteo  5:17,18; 6:17-19; Gálatas 6:6-10; Filipenses 4:10-12,15-19; Hebreos  13:16).

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Sabiendo  que la obra de Dios no tan sólo tiene aspecto espiritual, sino también  material, creemos que es necesario reglamentar la manera en que se  adquieran y distribuyan los fondos necesarios para responder a las  necesidades materiales de la obra.

El Cuerpo Ministerial

Creemos  que el ministerio es un llamamiento de Dios y que el Espíritu Santo  confiere a cada ministro la facultad de servir a la Iglesia en distintas  capacidades y con distintos dones, cuyas manifestaciones son todas para  edificación del Cuerpo de Cristo (Romanos 12:6-8; 1 Corintios 12:5-11;  Efesios 4:11,12).

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Creemos  también que, aunque el llamamiento al ministerio es de origen Divino, la  Palabra de Dios contiene suficientes enseñanzas sobre los requisitos  que debe llenar la persona que vaya a servir en el ministerio y que  corresponde a los gobiernos eclesiásticos debidamente organizados  examinar a los candidatos al ministerio y determinar cuándo son dignos  de aprobación, y la tarea a que se deben dedicar (Hechos 1:23-26; 6:1-3;  1 Timoteo 3:1-lo; 4:14; 5:22; Tito 1:5-9).

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Creemos  además, que el Espíritu Santo usa al ministro en distintas formas, según  las necesidades de la obra de Dios y la capacidad y disposición  personal del ministro. Nadie puede ser colocado en una posición más  elevada que aquella a que se haga merecedor (1 Timoteo 3: 13; Romanos  12:3).

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Creemos  que el obispado es el cargo más elevado en el ministerio y que a quienes  lo ocupan, se les debe dar muestras especiales de consideración y  respeto, sin menoscabo de los que ocupan posiciones de menor  responsabilidad.

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